17.5.05

Ensayo Capital

Como ya hace unos días que no escribo y no se me ocurre nada que contar, voy a publicar un ensayo que surgió a partir de varias entretenidas charlas de sobremesa con algunos de mis antiguos compañeros de trabajo en Mango.

En su día creó bastante polémica. Tened en cuenta que es una visión personal y subjetiva aunque no por ello deja de ser lo que yo creo.


EL CAPITALISMO. UN DICTADOR IMPERSONAL EN EL SXXI.

La imposición de normas y deberes ha sido siempre una constante en la historia de la humanidad. Las diferentes formas de poder que se han ido relevando a lo largo del tiempo han basado su éxito en el sometimiento de las masas a través del engaño, la propaganda y sobre todo mediante promesas inalcanzables de tesoros escondidos al supuesto alcance de la mano.
El gran espejismo de la libertad nos ha absorbido de entre un desierto de dudas e incertidumbres, ocultándonos el verdadero camino hacia el crecimiento intelectual y espiritual, y hacia el autoentendimiento que tanto anhelamos y la consiguiente autorrespuesta en la que tan poco confiamos.
Una vez más, en el S. XXI, nos encontramos subyugados a un poder dictador; sometidos a una forma de imposición que ha traspasado los limites de nuestro control cobrando vida propia. Una dictadura no personificada que abiertamente se manifiesta en forma de bienes materiales: el capitalismo.

¿Es eso todo a lo que aspiramos?

La situación presente ha venido dada por lo que, digamos, ha sido la evolución lógica de los modelos sociales existentes a lo largo de la historia. Desde los principios del dominio humano, pasando por la Edad Media, hasta la Era Moderna, el hombre ha hecho uso y abuso de una fuerza intrínseca a su condición como tal que ha propiciado un avance evolutivo no siempre positivo. Estoy hablando aquí del ansia de mejorar, del anhelo de más, de la insaciabilidad que nos caracteriza, de la codicia regularizada, de la aceptación del crecimiento como el camino adecuado, del autoengaño contemplativo en el que nos hemos sumergido. La misma fuerza y energía que nos ayuda a superar el día a día y que nos ha convertido en esclavos de nosotros mismos. Limitando nuestra individualidad. Transformándonos en pequeñas piezas constituyentes de la gran máquina del capital.
La pluridimensionalidad aparente de la sociedad no es más que un pequeño caos emergente en el que sus diversos constituyentes se encuentran, en realidad, alineados por esta fuerza interior que nos caracteriza, focalizando toda su energía hacia un único fin: la creación de riqueza.
Avance y desarrollo se han convertido en sinónimos de retroceso y aturdimiento. El deseo de acumulación y mejora no es más que una forma de encubrimiento y rechazo hacia la verdadera finalidad de nuestra búsqueda: la autocomprensión y la inmersión en nuestra persona.
La única manera de llegar a nuestro interior, de presenciar nuestra propia esencia, de alcanzar el núcleo de nuestra existencia es a través del análisis del individuo. Y nadie mejor que el propio individuo para llevar a cabo una investigación interna de si mismo. Pero rechazamos el autoescrutinio por miedo a ver la verdad, por miedo a encontrarnos cara a cara con lo que, seamos sinceros, ya sabemos y continuamente tratamos de ocultar tras un velo de hedonismo que nos ayuda a soportar el dolor provocado por nuestra verdadera naturaleza.
Ser humano es sinónimo de destrucción, sufrimiento y lucha. Mas no es el mundo al que hemos de destruir, no son los demás por los que hemos de sufrir y/o luchar sino por y con nosotros mismos, nuestro ser, nuestra individualidad. Y será esta introspección y estudio interno lo que nos salvará de la autodestrucción. Será el redireccionamiento de nuestra fuerza interna hacia nuestro núcleo, hacia nuestro generador de pensamiento, lo que nos hará encontrarnos con nosotros mismos y por extrapolación con nuestros semejantes.
Pero antes hemos de ofrecernos en sacrificio a la máquina de matar, sacrificio que incrementará de tamaño en proporción al crecimiento del capital. Sacrificio que hemos venido pagando desde el principio de los tiempos y del cual nuestra fuerza interna es catalizador.
La creación de valor se cobra en mucha mayor valía que la riqueza producida: la destrucción de la vida. La creación de vida se ha visto sometida a la creación de valor (capital) y el valor del capital ha absorbido el resto de nuestros valores morales personales. Revolución y muerte no son pues una forma de escape sino un refuerzo para la máquina del capital. Toda oposición a su fuerza será brutalmente masticada y digerida pasando así a formar parte de su flujo enérgico vital.

¿Hemos llegado pues a un callejón sin salida?

No. Simplemente nos ha tocado vivir la parte de la historia menos favorecida. Formamos parte del inicio del segundo acto de un relato que nos vamos inventando sobre la marcha y al cual le quedan muchas revoluciones y muertes por vislumbrar. No hemos sino comenzado a conocer nuestra fuerza interna y las posibilidades que nos ofrece. Mas todavía hemos de aprender a dominarla y poder así utilizarla para descubrir nuestras esencias individuales. Y cuando comprendamos nuestro ser, en el límite de nuestra existencia física, nos salvaremos de la aniquilación proyectándonos hacia nuestro interior para alcanzar un estado de equilibrio permanente en el que toda fuerza remanente se verá anulada y en el que la entropía dejara de existir. Nos veremos entonces libres de la materia conformando una energía única y estable que no precisará de ridículos sistemas de organización social o, mucho menos, de una dictadura del capital.
Seremos entonces ese “Dios” del que tanto se habla y el cual nunca se ha llegado a comprender.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Mambotaxi dijo...

Dios la que estoy liando.... ahora si, soy yo. La verdad queda revelada. Aunque mis nombres y apellidos tambien... ¿puedes borrar mi último comentario (el de gracias por el enlace...?

eurocero dijo...

Yo estoy de acuerdo con Mambotaxi, somos hijos del capitalismo, es lo que nos ha tocado vivir, y todos somos, en mayor o menor medida presas del sistema. Yo intento buscar un equilibrio, porque a estas alturas no me planteo una solución radical como la vuelta a los origenes, la introspección y el aislamiento de la civilización. Estoy demasiado enganchado y hay demasiadas cosas de lo que nos rodea que me gustan.